viernes, 8 de julio de 2011

Yo me bajo en Moncloa.

"A mitad de camino entre el infierno y el cielo...
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid."


 
El gran Sabina nos deja una descripción brillante, transparente, de la ciudad de Madrid en su bella canción “Yo me bajo en Atocha”. La estación Atocha, tristemente célebre por el atentado que allí se llevó a cabo el 11 de marzo de 2004 (el fatídico 11M), en lo que fue el ataque terrorista más sangriento que jamás había vivido España, es un gran punto de partida (y de llegada) para empezar a conocer Madrid. Pero si hablamos de una estación importante, mi estación no es Atocha. Mi estación es Moncloa, desde hace ya más de un mes. Yo me bajo en Moncloa, y ahí me encuentro con Madrid, con su gente, sus personajes, y ahí regalo, junto a los muchachos de Vale Cuatro, nuestra música, ese mensaje que prescinde de traducción, ese nexo que te une con la gente por un instante, que te devuelve una sonrisa, una moneda, un aplauso, o una simple mirada. Y que es mágico.

Todo comenzó allá, a mediados de mayo, cuando decidimos ir a tocar al metro con Luchi, dúo de saxo y guitarra, como para emplear útilmente nuestras tardes, que se volvían un tanto monótonas en Villalba y, por qué no, para ganar algo de dinero. En una semana recorrimos un par de estaciones, en algunas nos dejaban tocar, en otras nos sacaban cagando y así, probando, nos fuimos quedando a tocar en Moncloa, donde pedimos permiso y la gente de seguridad accedió muy amablemente. Después se animó Fito, empezó a ir a tocar con saxo solo y también, se vio cómodo en dicha estación. En fin, la cosa es que a las dos semanas, fuimos ensamblándonos de a poquito, y terminamos siendo los cinco músicos ahí metidos entre la máquina expendedora de boletos, y la de refrescos. Una guitarra amplificada, un bajo eléctrico (obviamente amplificado también), un cajón flamenco, saxo alto y saxo tenor… toda una orquesta sonando ante el mismo personal del metro al cual, 15 días antes habíamos encarado tímidamente con Luchi preguntando “le molesta si tocamos unas canciones en aquel rincón?? Sólo somos un guitarrita acústica y un saxo…”.

Empezamos a tocar unos tangos y algunas canciones que veníamos preparando para los shows, y poco a poco el repertorio comenzó a ampliarse con música de películas, algunas bossa novas, temas de los Beatles, unas milongas, etc. Un repertorio para todos los gustos. Y también empezaron a pasar cosas. Toda clase de cosas.

Un día pasó un flaco con cara medio de hippie. Estábamos tocando Let it be, de los Beatles. El chabón se plantó frente al grupo, se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja en la cara, agarró el celular y llamó a alguien. Estaba emocionado, ponía el celular apuntándonos, como para que su interlocutor/ra escuchara la canción. El loco estaba contento, como si tuviera adelante al mismísimo Lennon, o a McCartney, o a ambos, no se. Terminamos de tocar, el loco tiró todas las monedas que tenía en nuestro estuche de saxo-recipiente de monedas y nos agradeció 3 veces. Se fue cantando con la cara llena de risa. Ese mismo dia, llegó una chica en silla de ruedas. Aportó sus monedas, se retiró un poco hacia atrás y ahí se quedó. Calculo que no menos de media hora, escuchando al grupo tocando, con una sonrisa en el rostro y la mirada perdida, pensando quién sabe en qué. La gente pasaba apurada para todos lados, corriendo para no perder la combinación con su bus o su metro, y ella ahí, desconectada de todo. Cuando lo creyó conveniente, se acercó nuevamente a nosotros, nos agradeció, nos saludó con la mano y se fue.
En otra ocasión, vino a vernos una chica grandota que ya habíamos visto un par de veces, que cuando pasaba por ahí siempre se quedaba a escuchar, por lo menos, uno o dos temas completos. Esta vez, se sentó en frente del grupo, un poco alejada a un costado, y se quedó escuchándonos yo calculo que cerca de una hora. En un momento, toma coraje, se acerca a nosotros y nos dice, con un acento de algún idioma que tenía muy poco que ver con el español, “podrían repetir la canción que hicieron recién?”. Esa canción era Libertango, de Astor Piazzolla. “Cómo no?” contestamos y a la cuenta de cuatro, arrancamos. La mina se sacó la campera y sin mediar palabra arrancó a bailar, así tipo free dance, empezó a improvisar una coreografía en la galería del metro, frente al grupo. Obviamente pasaba gente a rolete, era un horario pico para el metro pero a la mina no le importó nada, estaba ahí, ensimismada bailando y sintiendo la música. Se acercaron un par de guardias de seguridad pero no le dijeron nada, sólo la miraban, mientras no entorpeciera el paso de la gente, no estaba haciendo nada malo. Terminó la canción, terminó la danza. Se volvió hacia nosotros, se disculpó con un “es que hace mucho que no bailo, antes lo hacía mucho mejor, muchas gracias por repetir la canción para mí”. Recogió sus cosas y se fue. Y nosotros… what the fuck??
Otra tarde se acercó un viejito de más de 80 años con su señora. Entre tema y tema le preguntamos cómo se llamaba, porque estaba ahí, petrificado escuchando la música. Jesús Valles Martínez, nos dijo. Bueno Jesús, este valsecito  es para usted, le dijimos, y empezamos a tocar Palomita blanca. Jesús se acercó bien adelante nuestro, a un metro de nosotros, y su mujer lo seguía, llevándolo del brazo en el que no llevaba el bastón. A medida que el tema tomaba ritmo, él empezaba a sonreír, y a marcar el típico ritmo del vals (tun cha-cha, tun cha-cha) con el bastón en el piso. Empezó a bailar, apenas se movía, pero empezó a bailar, y el ritmo siempre con el bastón. Su señora, le tiraba del brazo, y lo miraba, como para regañarlo… y él, nos miraba fascinado, sonriendo inmutablemente y los ojos celestes se le empezaron a llenar de lágrimas. Nosotros ahí, tocando sin parar y empezando a mirarnos entre nosotros. Terminó la canción. Mientras Jesús se limpiaba las lágrimas, su señora nos explicó que luego de un accidente, él apenas decía su nombre y no muchas palabras más… Dejó un billete de 10 euros en el estuche lleno de monedas, nos agradeció: “Él casi no habla, pero cuando escucha música es feliz… gracias por regalarle este momento…” Se fueron, del brazo, como dos novios en el altar, con pasitos cortitos. Nosotros nos miramos, y apenas dijimos alguna expresión corta, tipo “wow”, o “mierda…” (cuando tenés un nudo en la garganta y los ojos vidriosos, mejor no hablar mucho, no?...)


Y así, día tras día, fueron pasando cosas y gente y personajes, como José, el sesentón que un día pasó y se nos unió cantando What a wonderfull world y My way (y ahora cada vez que pasa se hace el tirito a ver se canta alguna otra), la chica de sombrero que vió nuestro cartel que dice “QUE SERÍA LA VIDA SIN MÚSICA?”, y cuando pasó de vuelta para el otro lado, nos dejó una tarjeta escrita con su respuesta a esa pregunta retórica, o Ester, la señora que nos escuchó tocar una canción y al otro día nos llevó a tocar a sus bodas de plata en Torrelodones, o el loco que tiró una moneda desde la escalera mecánica (a unos 10 o 15 metros desde donde tocamos) y la embocó en el estuche, o la señora que nos dejó una moneda y como le pareció poco, dio vuelta el monedero y lo vació completo encima del estuche, o Joel, el muchacho que pasó mientras tocábamos Yesterday de los Beatles, se volvió hacia nosotros y se largó a llorar. Pero a llorar de enserio, con llanto, grito, y terminó arrodillado en el piso llorando. Paramos el tema, no entendíamos nada. Estás bien? -le preguntamos- te podemos ayudar en algo?. No… es que me emociona mucho, por favor sigan tocando, contestó. Seguimos tocando y el flaco siguió llorando a moco tendido, ahí arrodillado. Terminó el tema, le ofrecimos un poco de agua. Nos agradeció, con los ojos rojos. Y se fue, pero para el mismo lado por donde había venido. Y nosotros, nuevamente… “la puta madre!”


La cereza del postre llegó el día que estábamos tocando, una vez más Let it be, de los Beatles y se nos acercó un grupo de unos 20 jóvenes, acompañándonos cantando la canción. Cantando muy bien. Como vimos que les gustó mucho esa, seguimos con algo del mismo palo y arrancamos a tocar Stand by me. Ni bien arranca el tema, vimos que se empezaron a acomodar entre ellos, a mezclar de una manera diferente a la que estaban. Lo que estaban haciendo era ordenarse por voces, ya que, como comprobamos un instante después, eran un coro. Empezaron a cantar Stand by me, con un arreglo a voces, una locura. Cantaban muy bien, y el arreglo estaba buenísimo. Seguimos tocando y terminamos la canción todos juntos. Se empezó a parar gente a ver el espectáculo, se acercaron los guardias de seguridad porque ya el pasillo estaba lleno de gente y hasta un fotógrafo que pasaba por ahí, aprovechó la volada, armó su trípode y tomó un par de fotos del momento. Terminó el tema con el coro prácticamente cantando solo, explotó el aplauso y antes de despedirse nos dijeron "Ahora les podemos regalar una canción a ustedes??". Y ahí nomas se despacharon, a capella, con una canción bellísima, con un arreglo excelente. Nos encantó, quedamos "flipados", como dicen acá.


Hoy, viernes 8 de julio, es nuestro última tarde de música en Moncloa. El domingo nos despedimos de Madrid y partimos hacia Alicante a seguir allá con la gira. Nos espera todo un desafío y la incertidumbre que te da caer en un lugar nuevo, la misma incertidumbre que teníamos el día 1 en Madrid. Atrás quedarán el espacio entre la máquina de boletos y la de refrescos, y su calor característico, el personal del Metro con su buena onda, la gente que pasa apurada y la que se queda parada indeterminadamente, el hombre que vende portadocumentos (al que bautizamos Pantriste, por su cara de alegría...). Y los recuerdos imborrables de la gente, como Jesús, la chica que bailaba, la chica de la silla de ruedas, los pulgares arriba de la gente, los gracias y las sonrisas. Nos queda la experiencia de haber estado tocando en el Metro de Madrid, uno de los más importantes de Europa, y la satisfacción de haberle regalado a alguien una canción, de haberle sacado una sonrisa, de haberle traído a la mente un recuerdo o simplemente de haber llenado los pasillos del metro de Moncloa con nuestra música. Después de todo... qué sería la vida sin música?